La consagración a María es la forma más perfecta y
excelente, más eficiente y recomendable de vivir una auténtica espiritualidad
mariana. Mediante ella la persona se compromete, o se obliga amorosa y
libremente a vivir en una atmósfera mariana, a imitar en todo a María, a
conformar su vida y sus actitudes con las de la Virgen nuestra Madre, para vivir
así en mayor intimidad con Jesús.
Pablo VI, en el documento con que declaró a María, Madre de la
Iglesia, afirmó que:
«El conocimiento de la verdadera doctrina católica
sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de
Cristo y de la Iglesia» (Discurso de 21.XI.1964).
Glosando este pensamiento del Papa, podemos decir
que la Consagración a María y la vida en íntima comunicación espiritual con Ella
son la clave para vivir más íntimamente unidos al misterio de Cristo y de la
Iglesia; la clave para vivir una auténtica vida cristiana y eclesial.
Esto es más fácilmente comprensible si tenemos en
cuenta el puesto que la Virgen María ocupa en la historia de la salvación, y la
función que desempeña en la Iglesia, como Madre espiritual y colaboradora en la
vida de la gracia.
María es miembro sobreeminente de la Iglesia, como
ha recordado el Vaticano n. La prerrogativa de ser la Madre de Dios la eleva a
una categoría y dignidad altísima, que Santo Tomás y los teólogos han calificado
como casi infinita, por razón de la dignidad infinita de su Hijo; aunque la
sitúa al mismo tiempo muy cerca de los hombres, por ser Madre de los cristianos
en el orden de la gracia, al ser Madre del Dios Salvador. Es por lo mismo la
Hija predilecta del Padre, la Madre Sacratísima y virginal del Hijo y el templo
del Espíritu Santo; Sagrario de la beatísima Trinidad (cf. LG 53).
Si la espiritualidad mariana es una forma, o estilo
de vivir la vida cristiana, bajo la inspiración y la influencia de María, parece
que no hay otro modo más perfecto y excelente de vivir esa espiritualidad, que
mediante la consagración a María. En ella y mediante ella se vive el
reconocimiento amoroso de la dignidad de María, de sus relaciones con la
Santísima Trinidad y de sus relaciones de Madre y Reina con relación a los
redimidos.
Los Santos más devotos de la Virgen María, desde San
Ambrosio y San Ildefonso de Toledo hasta la época más reciente, han practicado
alguna forma de consagración, como expresión de su amor y servicio amoroso a la
Señora. La Iglesia entera vive también consagrada a María.
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